Las golas, gorgueras, lechuguillas o cuellos de
muela.
Al principio en el siglo XIV era un pañuelo fino
que cubría el cuello y escote de las damas. De sedas muy finas a veces se
cubría de perlas y casi siempre era blanco. Para confeccionar estas gorgueras se empleaba muselina muy fina de Oriente a veces recamada con algún dibujo pequeño de florecillas o puntos de
oro.
A
finales del siglo XV, estuvieron de moda las gorgueras sembradas de perlas y en casi todas el motivo de adorno más usual era una
cuadrícula de hilos de oro y de seda con bullones losanjeados en los huecos.
Desde
comienzos del siglo XVI, la gola adquirió suma importancia pues tomó una forma
especial y típica de cuello rizado o escarolado, pasando a denominarse cuello
engolado o lechuguilla y su uso se extendió a los caballeros. En España, hasta Felipe III, la gola habitual era pequeña, sobresaliendo del cuello alto y
cerrado del cuerpo del vestido en las mujeres y del jubón en los hombres y la formaban una, dos y hasta tres
tiras encañonadas. Generalmente, este cuello se combinaba con los puños siendo
ambos de color blanco. En Francia y, sobre todo, en Italia no tardaron a llevarse gorgueras mayores que las
españolas, con armadura. Para confeccionarlas, comenzaron a emplearse blondas pasando de este modo a considerarse caras prendas de lujo. En tiempos de Felipe II , y de nuestro protagonista de este año, Doménikos
Theotokopóulos, la influencia de las modas flamencas trajo a España las golas
grandes como lo demuestran algunos retratos de caballeros de la época que realizó el pintor cretense.. En
este tiempo, el uso de la gola fue constante pues las llevaron los caballeros,
incluso con las armaduras de corte, formado parte de la pieza de la armadura
que cubría el cuello y parte superior del pecho.
El
Greco, como artista de alcurnia, orgulloso de su compostura de artista, se había
aficionado a la gran gola marquesota que había inventado en 1592 un marqués italiano y que
confeccionaban en los Países Bajos y también en Italia ciudades como Florencia
Milán y Génova. Las pintó en innumerables retratos de caballeros afectados de
solemnidad y prestigio y en hidalgos de
menor alcurnia y poderío con golillas o lechuguillas de menor tamaño.
Algunas
golas costaban un dineral y el arte de encanutarlas y almidonarlas era caro y
difícil, tanto que Don Quijote cuenta de algún amo a quién sirvió que consumía
en ellas la mitad de su renta, quejándose también de un francés que invertía en
eso parte de sus lozanos viñedos.
El más
modesto de esos cuellos costaba cien reales y cada semana diez o doce de
almidón, ocupándose en ese empleo más de veinte mil hombres y mujeres en el
reino de España.
El
Greco las pinta siempre blancas, pues los austeros caballeros que él retrató no
incurrieron en las azules que eran las de los papistas, ni mucho menos en las
teñidas de amarillo que también las había, que ostentaban los hugonotes.
Quevedo
se burló de esos cuellos de muela, como les llamaba, y describió algún hidalgo adornado
con uno tan enorme “Que no se echaba de ver si tenía cabeza… y que al topar con
los demonios solo reparó en que le ajarían el cuello”.
Después
vino la golilla, una especie de golita reducida que se derramaría por los
hombros dando lugar a las “Valonas” paños blancos con encajes que tumbadas
sobre los hombros y los pechos de las mujeres representaría tan bien en sus cuadros algunos
años después DonDiego Rodríguez de Silva y Velázquez.
El licenciado Jerónimo de Cevallos. Retrato del hijo del Greco, Jorge Manuel.
lunes, 3 de marzo de 2014
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